Omaha, Nebraska

martes, 20 de enero de 2009 | |






Despertar con ese sabor a cobre en la boca:
agrio,
espeso.

Abrir los ojos para que la palidez del día me contagie.
Un día gris, abandonado.

Este cuerpo ya no puede dar más de sí: Es el derrumbe.
La muerte lenta de los pájaros que caen sobre las cunetas
o volando bajo
hasta chocar de frente en contra de los parabrisas de los autos,
es el viejo designio de los muertos.

Ya no existe el tiempo varado en nuestras manos: líneas blancas que despejaron el horizonte muerto de esta ciudad, que ardió en un día.







Bodegas inmaculadas,
techos derruidos que ceden ante el peso de la nieve.
Hombres negros que esperan, resoplando por la boca, el paso de un viejo autobús que no termina por llegar.

Todo pasa junto a ti, desde lejos, sin tocarte.
Sin que las alas de los cuervos te rocen apenas la cara.
Sin que el viento te acaricie los ojos.

Solo los recuerdos prevalecen al tiempo: un rumor ahogado de voces infantiles,
juegos solitarios,
en donde el silencio solo era roto por tu propia voz.

La imaginación te hace olvidar la soledad que te rodea.
Esa soledad que se ha metido, como agua, hasta en los huesos.

Humedad que destruye cimientos,
carcome los huesos.

Cierro los ojos,
sigo sintiendo miedo.

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