jueves, 6 de septiembre de 2007 | |

Pavarrotti

Nunca he sido un melómano; la música para mí siemre ha sido un factor de acompañamiento, siempre ha estado ahí, pero no ha ocupado un lugar en mi vida como los libros por ejemplo: he sido un mal escucha y un peor músico. He tenido mis encuentros y desencuentros con la música: grupos o músicos que me han hipnotizado de tal manera que han sacado de mí el lado más fan. He tenido amigos músicos, he convivido con ellos, he platicado con ellos, he aprendido de ellos, pero mi colección de CD´s es pequeña y nunca le he tomado el cariño que le tengo a mis libros. Los he perdido, los he regalado, los he olvidado; nunca los quise de la misma manera.

Sin embargo, como buen fan del fútbol que también lo soy (lo confieso) gocé y sufrí el Mundial de fútbol de Italia 90, en el que Maradona fue cocido a patadas por los equipos rivales y Colombia presentó a la que tal vez sea la mejor selección de su historia. Pero también ese mundial presentó al mundo un espectáculo de ópera que deslumbraría al mundo: los Tres Tenores, los tres mejores tenores del mundo en ese momento se reunierón para una gala especial en las Termas de Caracalla, dentro de las actividades culturales que se llevaron a cabo a la par del Mundial de fútbol. Los tenores españoles Plácido Domingo y José Carreras junto al italiano Luciano Pavarrotti. Fue un espectáculo que para los puristas de la ópera significaba rebajarla al nivel de las masas amantes más del fútbol que de la música. Sin embargo Pavarrotti se gano el corazón de la masa, del gran público alejado por años de la música y del espectáculo operístico. El éxito de la reunión de los tres tenores fue tal que desde entonces se llevo a cabo en todos los mundiales de fútbol.

El día de hoy la ópera y la música en general ha perdido a uno de sus más grandes valores; una voz, un carisma, una inteligencia y una sensibilidad fuera de serie, que nos conmovió a todos con sus magnificas interpretaciones. Aún recuerdo la visita que hizo a tierras mexicanas en 1997 para actuar en el Palacio de Bellas Artes. Miles de personas se agolparon a las afueras del recinto, para escuchar y ver a través de pantallas gigantes al divo, que se presentaba ante un teatro abarrotado: la ópera había roto por fin las divisiones sociales y se había convertido en un arte apreciada por todo el mundo. Todo gracias al carisma de un tenor.

Años después, en la casa de una novia, pude escuchar con atención los discos de Pavarrotti and Friends, una recopilación de los diferentes festivales organizados por el tenor italiano con artistas de diferentes calibres y procedencias. La interpretación de Il Pagliaci aún me conmueve, me hizo derramar más de una lagrima, que terminaba escondiendo para que la chica no las viera.

La muerte del tenor es una perdida irreparable, pero no solo para la ópera, sino también para la música contemporánea, pues Pavarrotti ayudó para romper las fronteras y los prejuicios que impedían que el gran público, ese público tachado de insensible e inculto por aquellos que se apropiaron de la belleza de la ópera. Las masas que Pavarrotti lograba reunir ejemplifican perfectamente que el gozo estético es una necesidad vital, no importando para ello la educación ni el origen.

Asì que hoy solo puedo decir
Ciao Luciano.

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