lunes, 8 de octubre de 2007 | |




“El artista encarnó, como pocos, los temas existenciales del hombre al inicio de ese siglo que hace poco finalizó: el amor, el miedo y la muerte.”
“Sólo las malas pinturas deben ser integradas y necesitan de un marco refinado".

Edvard Munch: El Grito
TXT: Javier Moro


Una obra que pervierte y trastoca el arte entero. Un hombre agobiado por el dolor, el sufrimiento, la enfermedad. Una pintura que irrumpe y deslumbra. Un hombre vanidoso y difícil. Un trabajo pictórico que es al mismo tiempo arte y sufrimiento. Una representación que se convertiría en un ícono de la cultura pop. Todo eso y más es “El grito”, del pintor noruego Edvard Munch.


Todas las vanguardias del siglo XX le deben algo a esta pintura, que es una de las más contundentes jamás pintadas en la historia de la plática occidental. Le deben el haber abierto nuevos horizontes, nuevos cauces, nuevos bríos a la pintura del siglo XX, un siglo que apenas se asomaba, cuando en 1893 Munch inició a pintar su obra cumbre, “El grito”.



“El grito” es una herida por la cual se escapa el aire y la esperanza de un siglo que aún no nace, pero que prefigura los peores horrores que los ojos del hombre jamás han visto.


Es ahí, justo en la mirada desgarradora que la pintura nos lanza, en donde buscamos el aliento necesario para romper la tragedia que nos ahoga, en donde podemos encontrar la esperanza combinada con el miedo. Todo en una sola mirada, en una sola pintura.


Edvard Munch encarnó como pocos artistas los temas existenciales del hombre: amor, miedo, muerte, son los temas centrales de su obra. "No es mi intención reconstruir precisamente la vida" escribía en sus diarios, “sino preferiblemente, encontrar sus fuerzas secretas para sacarlas fuera, reorganizarlas, con el objetivo de demostrar, lo más claramente posible, sus efectos sobre el mecanismo que es conocido o se conoce como la vida humana".


Munch quién nació en el año de 1863 en Loten, Noruega, en el seno de una familia que contaba con varias figuras artísticas y culturales. A los cinco años de edad, Edvard fue testigo de la muerte de su madre, víctima de tuberculosis. Dos años después, su hermana Sophie fallecería a causa del mismo mal. Esos serían los primeros acercamientos del futuro artista con la muerte y el dolor.
A los 17 años entraría a estudiar Ingeniería, carrera que sin embargo abandonaría poco después para dedicarse por completo a la pintura. Por aquellos años Munch se acercaría al movimiento anarquista de la "Bohéme de Cristiania”, dirigido por el escritor Hans Jaeger.


En 1889 Munch se instala por primera en París, gracias a una beca del gobierno. Ya en la capital francesa redacta su manifiesto contra los naturalistas: "No se pintarán más interiores con gente que lee y mujeres que tejen. Se pintarán hombres que viven, respiran y sienten, que sufren y aman. La gente comprenderá que sé es algo casi sagrado y se quitará el sombrero como si estuviese en una iglesia”.


La última década del siglo XIX será de una importancia radical para el pintor noruego; empieza lentamente a acercarse a los temas que se convertirán con el paso de lo años en su obsesión. En la pintura “Niña Enferma”, nos retrata su primer acercamiento con la experiencia de la muerte y la enfermedad.
Munch no tardaría mucho en crear un estilo personal, basado en acentuar la fuerza expresiva de la línea, reducir las formas a su expresión más esquemática y hacer un uso simbólico, no naturalista, del color.


Esta pintura presentada en Berlín en el marco de una exposición organizada por el Círculo de Artistas causaría tal rechazo que la exposición fue clausurada apenas una semana después de su inauguración. Esto provocaría que un grupo de pintores encabezados por Max Liebermann se separara formalmente del Círculo de Artistas, dando paso así a La Secesión de Berlín, abonando el terreno para el movimiento expresionistas de El Puente.


En 1893, cuando Munch se encuentra en Berlín empieza a trabajar en una nueva pintura que formaría parte de una colección, a la cual le da el título del friso de la vida: "El Grito".


El propio Munch describió en su diario las circunstancias que rodearon la creación de la obra: “Estaba caminando a lo largo de un sendero con dos amigos. Se estaba poniendo el sol, y de pronto el cielo se tornó de un color rojo sangre. Hice una pausa, sintiéndome exhausto, y me apoyé en la cerca. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo de color negro azulado y sobre la ciudad. Mis amigos siguieron caminando y yo me quedé ahí temblando de ansiedad y sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza".


El cuadro vibra con una fuerte expresión de conflicto y tensión: el personaje central apoyado en la baranda de un puente, con la boca abierta en un grito silencioso pero estremecedor y nos mira fijamente con una expresión de angustia y miedo en el rostro, que evoca el penoso andar de los hombres en el nuevo siglo que se avecina. Es una alarma, una advertencia.


“El grito” representaría toda una innovación iconográfica; el hecho de pintar un grito rompería con toda la tradición romántica, que consideraba imposible expresar muecas de sonido en el arte plástico. “El grito” marcaría además una influencia inmediata en el expresionismo alemán. Pero es en la técnica pictórica donde Munch introdujo las dos novedades contra los dogmas del impresionismo: pintar de memoria y con luz atenuada, lo que le darían total originalidad a su pintura, haciéndola precursora del simbolismo y del conceptualismo.


“El grito” refleja los temores y tormentos de Munch. Su fuerza expresiva se debe en gran medida a las técnicas y efectos pictóricos empleados, la estridencia del colorido y la sinuosidad de las líneas. En ella se expresa la soledad del ser humano y su pesimismo frente las adversidades. El grito de terror trae consigo la tensión y el pánico interior que destruyen la anatomía. Los rasgos de rostro desaparecen bajo el gesto. No hay nada de realismo, se representa el interior y no el exterior. La figura del primer plano aprieta las manos contra la cara como signo de angustia y desesperación, mientras que en segundo plano aparecen otras personas frías y distantes como queriendo significar que el prójimo no nos ayuda en los momentos de desconsuelo.


Años más tarde Munch sufre una serie de crisis nerviosas, que acrecentadas con el alcoholismo que ya lo aquejaba, lo llevaría a recluirse en una clínica de rehabilitación de Copenhague. Al salir regresa a su país natal, en donde viviría hasta su muerte, en 1944, recluido en su finca de Ekely, a las afueras de Oslo.




Las únicas ocasiones en que saldría de ahí, fue para trabajar en los frescos de la Universidad de Oslo, que fueron aceptados después de una nueva polémica.
A la muerte de Munch, ocurrida en 1944, cuando su país ha sido ocupado por la Alemania Nazi, el pintor dejaría toda su obra como legado para la ciudad de Oslo. Más de mil pinturas, la mayor parte de ellas en malas condiciones: telas con grafitis, rotas, manchadas por la humedad, restos de tierra, polvo y hasta restos de insectos. Los pocos que lo visitaban en sus últimos años, relataban asombrados acerca de las decenas de pinturas abandonadas al aire libre. Él mismo se refería a este tratamiento que daba a su propia producción pictórica como "si mis cuadros tuvieran necesidad de un poco de sol, de suciedad y de lluvia. En efecto, muchas veces los colores se combinan mejor. Sólo las malas pinturas deben ser integradas y necesitan de un marco refinado".




Publicado en Revista Marvin


Septiembre 2007

1 comentarios:

DORA MORO dijo...

Javier Moro es mi primo, un verdadero primo de sangre, linkeados ya de muchas maneras pretéritas