¿Por un país sin violencia?

lunes, 8 de diciembre de 2008 | |

¿Por un país sin violencia?
Por Javier Moro


Ruido de llantas que derrapan, golpes de láminas, gritos, mentadas de madre, golpes. Solo un choque de autos, uno de los cientos, miles que debe de haber en la ciudad de México todos los días. La actitud imprudente, aderezada con un dejo de soberbia, una actitud de prepotencia, que no respeta a los otros, a los demás, saldada a golpes entre los dos automovilistas involucrados, puede ser una de las razones que expliquen este tipo de accidentes, además de la imprudencia o la mala fortuna..

Un martes cualquiera, nueve por la mañana, el tráfico pesado se asienta en la esquina de Coahuila y Monterrey en la colonia Roma,. De improviso desde una camioneta café sale disparado un vaso de café que impacta en varios peatones que quedan empapados, mientras esperan el cambio de luz del semáforo para cruzar la avenida Monterrey. Sin embargo la camioneta solo puede avanzar unos cuántos metros antes de quedar atorada en el tráfico mañanero, lo cuál es aprovechado por los agredidos para alcanzarla y patearla y golpear los vidrios del copiloto, mientras le mientan la madre, entre otras linduras.

Dos escenas, aisladas en apariencia, que me hacen pensar en el clima de violencia que a últimas fechas aqueja a la sociedad mexicana. Estos dos hechos, dos curiosidades, por llamarlas así, me dieron pie a la idea de que esa misma violencia que tanto nos aterra cuando aparece impresa en la sección de la nota roja, se encuentra presente, guardando las proporciones claro esta, en nuestra vida cotidiana.

Una sociedad se construye a partir de los actos cotidianos de las personas que la conforman: la violencia no es algo ajeno a nuestra convivencia diaria. La violencia política, generada por conflictos electorales y sociales, se ha convertido en el pan nuestro de todos los días, en una sociedad como la mexicana que no logra dar por terminado el proceso de transición a un sistema plenamente democrático. Pero la violencia política no es la única cara de este fenómeno: tenemos violencia social, guerrilla, narcotráfico, secuestros, robos, tenemos violencia en los estadios, en la televisión, en el metro, en las calles.

Pero la violencia política que se respira a partir del proceso electoral del 2006, que dejó a un país dividido y enfrentando, sería una de las caras de un clima social, que parece descomponerse rápidamente ante nuestra mirada. El gobierno del presidente Calderón le declaró la guerra al narcotráfico, sin tener en cuenta la corrupción generalizada que carcomía las estructuras policíacas municipales y estatales, y sin tener un estructura policíaca a nivel federal, capaz de atacar con golpes certeros, fundamentados en el trabajo de inteligencia, a las estructuras de los principales cárteles de la droga, que han convertido el territorio nacional en campo de sus batallas internas y, ahora, con el gobierno federal.

Esta violencia desatada tanto por la delincuencia común, como por la delincuencia organizada, ha llegado a niveles nunca vistos con anterioridad en la historia del país. Pero esta violencia debe tener raíces más profundas que la mera disputa por un mercado y sus rutas: La violencia que vive nuestro país esta interiorizada en la psique de todos los mexicanos. Por años hemos convivido con este fenómeno, al cuál hemos considerado como la forma “normal” de dirimir nuestras diferencias.

El periódico El Universal, recientemente presentó una encuesta sobre seguridad, en la que el 37% de los capitalinos respondió que consideraba justa la utilización de armas de fuego para defender su propiedad o la vida de sus seres queridos: Esto significa que una tercera parte de los capitalinos cree firmemente en la justicia por propia mano.

Esto no es extraño y menos en un país con los niveles de desconfianza hacia las autoridades, como es el nuestro. En México la mayoría de los ciudadanos prefieren no denunciar los delitos de los que haya sido víctimas. Esta desconfianza hacia las instituciones encargadas de impartir justicia tiene muchos motivos, entre los que podríamos contar la corrupción que impera en los Ministerios Públicos y la lentitud con las que los aparatos de justicia buscan a los responsables de los delitos.

Según algunos análisis en México solo se castigan 3 de cada 100 delitos que se cometen: Un grado de impunidad del 97% que explicaría en mucho, la despreocupación con la que actúan los delincuentes, que han hecho de nuestras calles sus cotos de caza personales.

Este abandono y despreocupación que las autoridades han mostrado nuestras autoridades para perseguir y castigar los delitos de alto impacto, también daría pie a explicar porque los ciudadanos mexicanos creemos que nadie resultará afectado sí tiramos las bolsas de la basura en la esquina más cercana a nuestra casa, o creemos que no tenemos porque respetar los semáforos ni las líneas peatonales, ni cruzamos las avenidas por los puentes peatonales dispuestas para eso.

Existe dentro de nuestro diario actuar la idea, extraña en muchos sentidos, de que el cumplimiento de las leyes y reglamentos es para los tontos: los mexicanos somos “chingones” y las reglas son para romperse, no para cumplirse.

Esta idea, herencia de siglos de desacato y de rapiña política y económica (basta recordar el “la ley se acata pero no se cumple”, con el que la alta burguesía criolla recibía las leyes de Indias redactadas para salvaguardar la vida y bienes de las poblaciones indígenas, indefensas ante la voracidad de lo conquistadores y sus hijos.), solo ha servido para crear una ciudadanía irresponsable e ignorante de sus deberes y obligaciones. A los setentas años de priísmo no ha venido a sucederlo un sistema democrático diferente. Al contrario, arrastramos los vicios de una clase política más preocupada por aprovecharse de sus puestos políticos para enriquecerse lo más pronto posible, antes que en trabajar para solucionar los problemas de nuestro país.

En otra encuesta también publicada en El Universal, se menciona que el 90% de los mexicanos declaran haber sido víctimas de violencia al interior de sus hogares. Un nivel realmente alarmante, basada en la idea (realmente troglodita) de que el más fuerte es el que tiene la razón. Estas cifras solo nos dejan ver un hecho que por años hemos preferido ignorar: La sociedad mexicana es una sociedad en donde la violencia se considera justa y hasta necesaria. Una forma “normal” de solucionar los conflictos. Una sociedad que prefiere recurrir a los golpes antes que al diálogo, una sociedad autoritaria, machista, misógina y clasista. Características que nos reflejan una sociedad acostumbrada a la injusticia, a la violencia verbal y social, por lo que podemos afirmar que la violencia siempre ha estado ahí, presente en el interior de nuestras casas y en nuestras calles. No es un hecho extraño. Solo hemos preferido considerarla normal, tristemente normal.

Una de las caras más tristes de este círculo de violencia cotidiana, en la cuál parece somos incapaces de romper, es la violencia doméstica en contra de las mujeres, cuya cara más grosera, es la violencia que por años han sufrido las mujeres de Ciudad Juárez, cuyo caso ha dado la vuelta al mundo, sin que las autoridades de los tres niveles de gobierno hayan querido hacer algo para detener estos asesinatos, que son una afrenta para la sociedad mexicana en general. Esta misma violencia en contra de mujeres se ha extendido, a últimas fechas, a otros estados del país: Estado de México, Michoacán Guerrero, Chiapas. Sin embargo no se necesita asesinar a una mujer y tirar sus restos en algún terreno baldío para ejercer violencia en contra de las mujeres: Lo hacemos en la casa, en la calle, en el transporte público, en nuestros lugares de trabajo. Los asesinatos en contra de mujeres han aumentado en los últimos años, mereciendo pequeños espacios en la prensa nacional, pero la violencia doméstica sigue siendo menospreciada en esos mismos periódicos, que lo consideran un evento poco “llamativo” periodísticamente hablando, pues es algo que ha sucedido toda la vida, haciéndose eco así de una idea generalizada al interior de nuestra sociedad. ¿Para qué hablar de algo que sucede todos los días y en cualquier lugar?, en cualquier casa?

Hemos interiorizado de tal manera la violencia, que consideramos estos actos como parte de nuestra vida: No ocupan ningún lugar, no prenden ninguna alarma, no se considera necesario organizar una gran marcha para parar la violencia doméstica? ¿Porqué?¿Para qué?

Pero la violencia en contra de las mujeres en nuestro país es solo una de las caras (una de las más crueles) de esta violencia que parece embargar en buena medida el tejido social. Nadie esta exento de ella, y en menor o en mayor medida, todos somos responsables, pues es justo en la convivencia diaria en donde se puede llegar a consensos y acuerdos que solucionen nuestras diferencias de manera civilizada. Sin embargo en la actualidad nuestra actitud frente a los problemas comunes es la indiferencia o la violencia. Y es justamente esta violencia la que nos hace pensar que hemos recibido una educación cívica ineficaz, que no nos ha permitido avanzar en la conformación de una ciudadanía responsable, que afronte la solución de sus problemas más apremiantes: México sigue siendo un país de ciudadanos en pañales, que espera que otros les resuelvan los problemas. Una ciudadanía qué además culpa a los otros de sus problemas. Porque muchos de esos problemas cotidianos, son causadas, sí, por la falta de planeación y estrategias coherentes por parte de nuestras autoridades incompetentes, pero en muchas ocasiones son agravados por nosotros mismos, ciudadanos irresponsables convencidos de que sus acciones egoístas y ofensivas le corresponde a otros solucionarla.: “Tiró la basura en la esquina porque alguien más debe recogerla”, nos decimos en un afán justificativo, que no valora la posibilidad de tirar la basura en un lugar indicado.

Mientras los ciudadanos mexicanos no nos veamos en el espejo de nuestra responsabilidad común, ninguno de nuestros conflictos llegarán a una solución eficaz, pues siempre estaremos buscando que alguien mas responda por nuestros actos y omisiones, y ante esta perspectiva las únicas medidas que resultarían eficaces serían las medidas coercitivas, aquellas que imaginan a los ciudadanos como menores de edad, incapaces de asumir y cumplir con las responsabilidades que le corresponden. Sin embargo nuestro comportamiento parece pedir a gritos que nos rebajen de nuestra condición de ciudadanos a súbditos. Tal vez añoramos mucho más al régimen del PRI, de los que estamos dispuestos a aceptar.

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* Texto publicado en www.palabrasmalditas.net

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