Antonio Gamoneda; poeta del silencio.

lunes, 1 de junio de 2009 | |



Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.

Antonio Gamoneda, El libro del frío



Como ocurre con la pintura o con la música, Gamoneda aspira a demostrar la naturaleza autónoma de la poesía y la carencia de vínculos con realidades supuestamente de mayor trascendencia. Imitación o mimesis no son comportamientos propios del poema. Crear y no re –crear, producir y no reproducir. Una relación que no renuncie a su independencia. Si lo propio de la narrativa es la ficción, no sucede lo mismo con la poesía que es una realidad por sí misma.

La poesía es un oficio solitario, silencioso y el poeta es en la mayoría de las ocasiones un hijo de este mismo silencio, además de su mayor apóstol, su más ferviente feligrés, pues el trabajo del poeta no se entiende en medio del mundo. El poeta tiene que poner distancia de él; alejarse para contemplarlo en todo su esplendor, en toda su miseria. Porque así, desde la lejanía, el poeta puede contemplar y cantar.

Cantar a partir del silencio. Es justo aquí donde encontramos con una de las muchas ironías que construyen la labor poética: un oficio que se construye a partir del sonido pero que se afana en buscar el silencio como punto final de sus desvelos.

Silencio construido a base de palabras, de imágenes, de ideas, silencio como axioma final.

Silencio como base para la construcción de la búsqueda poética, es justamente lo que encontramos en la obra del poeta español Antonio Gamoneda, poeta nacido en Oviedo un 30 de mayo de 1931, y recientemente galardonado con el premio Cervantes de literatura y el Reina Sofía.

Gamoneda es un poeta que ha construido su carrera literaria alejado de los reflectores y de la gran crítica. Un poeta del espacio, maestro de las sombras y de la luz, tal vez sea el último representante de una vieja escuela poética alejada de los discursos trepidantes, de los pasos en falso, pero dueños de una voz inconfundiblemente serena.

Gamoneda es además uno de los secretos mejor guardados de la literatura española reciente, un poeta que había pasado desapercibido por el gran público, pero que desde la oscuridad y el silencio había venido construyendo una obra sólida, clara, hecha a partir de un deseo por atrapar el silencio, por hacerse uno con él, un silencio que lo domina todo, lo trasciende todo, pues Gamoneda es una paradoja en sí mismo: sin ser un narrador, es un escritor que domina como pocos la teoría del iceberg, esgrimida por Heminghway: su poesía nos deja ver solo una parte de todo lo que transmite en realidad. Su escritura es solo la punta de algo más profundo, de algo más grave, de algo más intenso, que solo la mirada ciega de los sentimientos pueden entender, dilucidar.

En la poesía de Gamoneda es más lo que se sugiere que lo que esta ahí, mostrado, atrapado por las palabras.

La voz de Gamoneda no necesita de exabruptos para sorprender al lector. Al contrario, la voz del poeta español es la voz siempre sabia de la tierra, de la noche, de los bosques frágiles como claros de luna, la voz de las nevadas apacibles.

Al leer El Libro del Frío, el lector se encuentra con el fin de una larga jornada. El regreso lento y doloroso del poeta al terruño de la infancia, a un espacio que ha quedado atrapada en la memoria, un viaje en donde el pasado recobra toda su presencia. Un viaje a ese pasado esencial, que sin embargo ha perdido casi toda su presencia física: es recuerdo, imagen, más silencio que sustancia.

Gamoneda nos retrae hacia un lugar primordial, que no por olvidado ha perdido su importancia. Al contrario, el viaje emprendido por el poeta es un viaje necesario para recobrar eso que hemos terminado por perder en el camino. Una esencia, una imagen. Lo que Gamoneda hace es recordar y finalmente recordar es olvidar, callar esa voz que nos abate, nos sublima. Recordar es callar y observar.

Lo que Gamoneda logra con trazos finos, casi imperceptibles, es retomar la fuerza vital, esencial, de ese pasado que se nos escapa, de ese pasado condenado a desaparecer con nosotros cuando nosotros nos hayamos ido.

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